Para 1997 ya estábamos en Buenos Aires de manera permanente y se había anunciado que Bowie haría una nueva gira. Por esas cosas de la vida y de la mala praxis médica, me hice un esguince en el tobillo que años antes se había fracturado. Nuevamente con yeso me enteré que Bowie culminaría su gira en el estadio de Ferro el 7 de noviembre con Earthling. Así que con mi hermano compramos las entradas, y como los hospitales pueden ser lugares peligrosos, me dediqué a descansar en mi casa y cuidar el esguince hasta un día antes del recital en que me lo retiré -en forma casera- y partí para Ferro. El día llegó y fue muy largo porque primero tocó una banda argentina que había ganado un concurso y cuyo nombre no recuerdo (espero sepan disculparme), después vino Willy Crook, Molotov, Bush y No Doubt, la banda de Gwen Stefani. Cabe destacar que, sin excepción, todas las bandas fueron vitoreadas y escupidas en casi igual medida. Entre gritos, chorros de agua y escupitajos, con la ayuda de mi hermano y otros solidarios desconocidos, me fui acercando hasta tocar la valla, frente al escenario. Ahí, esperándolo en primera fila estaba yo. Naturalmente la turba avalanzada me apretaba contra la valla de tal manera y durante tantas horas que por 20 días me quedaron las marcas de los fierros en la panza. Los escupitajos, el agua y las botellas vacías que recibió Gwen Stefani eran de tal magnitud, que el batero de No Doubt se quitó toda la ropa, absolutamente toda, y se paró frente a la multitud saltando, batiendo palmas y agitando sus testículos para mostrar que habían venido con la mejor. Arreciaron los agitadores y a Gwen Stefani no le quedó más remedio que gritar ¡fucking city! y retirarse del escenario. Durante el tumulto, yo me limitaba a buscar a Bowie con la mirada. Mi hermano intentaba hacerme comprender que aún no había llegado, pero yo estaba convencida, conociendo o creyendo conocer su rigurosidad, que él había estado presente todo el tiempo. Lo busqué en el escenario, a los costados, por arriba y por abajo, y finalmente lo encontré. Estaba en cuclillas vestido de blanco en una esquina del escenario, al fondo y a la derecha. Mi única reacción fue señalarlo con el índice. Y aunque no me lo crean, les aseguro que me vio y esbozó una enorme, enorme sonrisa.
Cuando arrancó, por fin, los alborotadores seriales intentaron reiniciar su orgía de escupitajos y lanzamiento de objetos, pero el líder de los escupidores, con voz de barítono alcoholizado, gritó: "no escupan que a Bowie no le gusta". De acuerdo a su lógica, a los otros músicos debía encantarles ser escupidos, pero por otra parte era obvio que hasta ese antisocial, ubicaba, puede que sin saberlo a ciencia cierta, a Bowie en un plano diferente, superior, nada terrenal.
Cuando Bowie empezó a tirar globos al público, algunos graciosos procedieron a pincharlos, pero yo, con la autoridad de 9 años de seguimiento efectivo de todas sus andanzas, exigí los globos para mí. Los mismos escupidores hicieron coro: "los globos son para la chica, los globos son para la chica" y me los fueron pasando con gestos casi reverenciales en medio de ese pandemonium. Aún los conservo entre otros tesoros.
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